Economía política del fracaso. La falsa modernización del modelo neoliberal A. Mayol y J. M. Ahumada (2015). Santiago: Ediciones El Desconcierto

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Gustavo Andrés Sánchez Muñoz

Resumen

Con justa razón no serán pocos los lectores que, decepcionados por una crítica al neoliberalismo chileno, que por largo rato ha transitado entre la ineficacia y el voluntarismo, considerarán que este libro viene a engrosar los anaqueles que, bajo el rótulo de ‘la crítica’, acumulan varios intentos por desmontar los mecanismos estructurales y subjetivos del modelo chileno. Pareciera ser que se impone una lógica inversamente proporcional: mientras más volúmenes se publican para develar el funcionamiento del neoliberalismo, menos espacios parece perder su hegemonía.


En su brillante libro La izquierda lacaniana, Yannis Stavrakakis (2010) formula una pregunta que resulta crucial para la crítica: si es tan evidente que no hay estructura social al margen de la contingencia, ¿cómo es posible que las estructuras sociales se resistan tanto al cambio? Y la respuesta de Stavrakakis es que los discursos ideológicos que dan sustento a nuestra noción de la realidad no resultan eficaces simplemente porque hayan logrado hegemonizar el campo de la representación mediante la vinculación de ciertos significantes con ciertos significados, sino que, igual de importante que establecer una racionalidad del sistema, es el movimiento de los afectos e investimientos libidinales sobre ciertos elementos del discurso. En este sentido, podríamos establecer que el discurso neoliberal no es hegemónico en nuestra sociedad exclusivamente porque ha impuesto una racionalidad tal que parece mimetizarse con la naturaleza de las cosas, sino que también porque ha logrado investir libidinalmente ciertos elementos (piénsese en la libertad, el mérito o el emprendimiento) que permiten movilizar la jouissance de modo tal que todo cambio estructural debe no solo desactivar la racionalidad del sistema, sino también movilizar el goce que está vinculado a él.


El esquema planteado parece correcto pero parte de un supuesto básico: la intelectualidad crítica ha identificado correctamente a su objeto, lo conoce y, por ello, dispone de las armas adecuadas para su combate. Lamentablemente, en su gran mayoría, la intelectualidad crítica chilena alcanza notables rendimientos en los dos primeros pasos (identificar y conocer el modelo neoliberal), pero muy pocas veces ha logrado éxitos en el tercero (disponer de armas adecuadas). Esta es la tesis central del libro de Mayol y Ahumada: la crítica al neoliberalismo en Chile, salvo algunas excepciones, ha carecido de un lenguaje propio que le permita cuestionar las premisas básicas de este, ergo no ha podido constituirse como tal ya que, sin un lenguaje, deviene muda. Pero no solo eso. Peor aun es que la crítica, para presentarse como tal, ha asumido de lleno el lenguaje del modelo neoliberal a través de lo que denominan la ‘hipótesis modernizadora’, razón por la cual no ha sido meramente infructuosa, sino que ha permitido legitimar determinadas premisas del modelo que fungen como límite para el pensamiento. En un acto de contorsión brutal, la crítica habría logrado dotar de legitimidad las bases de su propio objeto.


Los autores plantean que nuestro modelo neoliberal está sustentado, principalmente, en la idea de que su despliegue (el crecimiento) ha posibilitado transitar por un camino que concluirá en el desarrollo mediante la modernización. Sin embargo, esta modernización no reflejaría el resultado de procesos productivos objetivos de nuestra sociedad, sino que funciona antes que todo como un discurso ideológico que posibilita que el modelo se incorpore subjetivamente como exitoso, aunque no exista evidencia fáctica de ello.


Para demostrar que esta hipótesis modernizadora es falsa en relación con las dinámicas de nuestra economía, los autores analizan las distintas fases que han determinado su estructura interna hasta la actualidad. Como ha sido lugar común de este tipo de análisis, el origen del modelo es ubicado en la revolución capitalista de la dictadura y sus dos etapas principales (desde 1973 hasta la crisis de 1982 y desde 1983 hasta 1989), en que la primera estuvo marcada por la apertura comercial, la desmantelación del Estado y la implementación de condiciones para la financiarización del orden económico, donde este último sector (el financiero) asume como la nueva elite económica. Sin embargo, estos procesos que eran presentados como parte de las modernizaciones económicas del país no resisten análisis: recién en 1980 se logra alcanzar los niveles del PIB per cápita de 1971, sumado a que el crecimiento entre 1974-1983 fue de un 1,4%, por lo que es posible comprender este período como uno de recuperación económica antes que uno de desarrollo.


El segundo período, 1983-1989, surge con un nuevo agente hegemónico que reemplaza al financiero: el bloque exportador-transnacional. Pero, a pesar de las altas tasas de crecimiento del período, en 1988 el PIB per cápita y las inversiones alcanzaban recién el nivel obtenido en 1981, por lo que antes que un ‘milagro’, puede entenderse como una nueva recuperación de la debacle del crecimiento ficticio del período anterior. En suma, el período dictatorial constituyó un proceso de acumulación primitiva que traspasó recursos colectivos a la naciente elite exportadora y a la recuperada elite financiera, todo esto mediante represión salarial, traspaso de nuevas rentas financieras, privatizaciones de conquistas sociales históricas y medidas de salvataje al capital. Los autores señalan que este proceso de expropiación generalizada y el traspaso masivo de recursos a la elite económica no constituye la base de ningún proceso de modernización económica que pudiese, en el largo plazo, ser fuente de riqueza colectiva. Lo que se estableció fue “un régimen económico cuya característica es lucrar con la precariedad de sus propias bases materiales” (p. 117).


A pesar de que nunca existió tal cosa como la modernización de la economía nacional durante la dictadura, la historia nos señala que el gran legado de esta última es orden social y bases para el desarrollo económico. Aquí se aprecia cómo la hipótesis modernizadora actúa como sostén ideológico de un proceso que, en efecto, resulta ser todo lo contrario. Será esta hipótesis la que se convertirá en la moneda de cambio de la dictadura con la oposición: la entrega del poder del Estado estuvo supeditada a la adopción de la hipótesis modernizadora.


En la naciente democracia, la hipótesis fue suplementada con políticas de protección social, pero no por ello se percibe un cambio en su curso. En efecto, para los autores, el período entre 1990-1998 no hace sino profundizar las bases de un ‘crecimiento empobrecedor’, o sea, un modelo de acumulación de capital que requiere mantener la desigualdad para reproducirse. La clave es sencilla: si se acepta la máxima de abrir la economía, internamente el país debe potenciar sus ‘ventajas comparativas’ para dar competitividad a su mercado, ventajas que radicarán no en el desarrollo de determinados sectores productivos, la aplicación de procesos de innovación en la producción, o la dinamización de nuevos sectores, sino que, principalmente, en ahorro de costos de producción (precariedad laboral a través de la subcontratación y la externalización de servicios), una fuerza de trabajo dócil y recursos naturales disponibles libremente. El boom económico previo a la crisis asiática, por tanto, significó un crecimiento vía expansión de espacios de mercantilización y no, como se afirma, producto de la continuación de un proceso de modernización económica. De hecho, lo que se hace es afianzar el carácter rentista de los grandes grupos económicos nacionales.


Finalmente, el período poscrisis asiática hasta la actualidad constituye una reproducción del régimen profundizado en el período previo. De esta manera, si el boom anterior respondió principalmente a la masiva entrada de capitales y la explotación de recursos naturales, ahora será el elevado precio del cobre (como resultado del incremento de la demanda de China y la especulación financiera) el que sustente la imagen actual de la hipótesis modernizadora. Los datos son claros: entre 2004-2013 Chile exportaba, en promedio, un 90% de recursos naturales con bajo nivel de procesamiento y para 2013 el sector manufactura –clave para añadir valor agregado a la producción– representaba solo el 10% del PIB (un tercio de lo que representaba en 1973). Si a esto le sumamos que el contexto de oligopolización de la economía ha dejado poco espacio para las PYMES, que brindan la mayor cantidad de empleo, podemos ver cómo el circuito interno de acumulación ha marginado a los potenciales agentes de desarrollo y modernización, mientras que abre caminos para sectores improductivos.


Sin embargo, esto no es todo. Si una de las ventajas para el posicionamiento en el mercado externo son los bajos sueldos y en el mercado interno se potencia el dinamismo mediante la apertura comercial, el resultado necesario es una contracción efectiva de la demanda de productos, lo cual fue solucionado de forma brillante por el modelo: endeudamiento. Así es como surge la financiarización del retail y se afianza aun más el carácter improductivo de la economía nacional.


El diagnóstico final de Mayol y Ahumada es categórico: “todos los momentos de auge a lo largo del período neoliberal se han producido por fenómenos perjudiciales, exógenos o de corto plazo [...]. Ninguno de aquellos despegues económicos ha sido sustentable en el largo plazo ni fuente de dinamismo” (p. 151). La deuda, tanto interna como externa, los elevados precios del cobre y la introducción de capitales extranjeros de corte rentista sirvieron como aliciente a la supuesta modernización de nuestra economía en su cruzada por alcanzar el desarrollo. Sin embargo, los grandes grupos económicos, producto de lo señalado, carecerían de cualquier interés por empujar un real proceso de transformación productiva que signifique una modernización efectiva de la economía, “en tanto sus nichos de ganancias oligopólicas y rentistas están en las antípodas del desarrollo” (p. 153).


Una vez que los autores han finalizado su trabajo de deconstrucción de las bases del modelo neoliberal, vuelven sobre la responsabilidad de ‘la crítica’ en el actual escenario. En simple: sostienen que el gran problema de la literatura crítica al modelo radica en que siempre se termina aceptando la hipótesis modernizadora y, con ello, se legitima su accionar y su lenguaje, asumiendo que ella –y no otra– es la portadora de la llave que abrirá el cerrojo del desarrollo. Pero ya lo había dicho Richard Rorty hace algún tiempo: “Nada que tenga utilidad política ocurre hasta que la gente comienza a decir cosas que no habían sido dichas antes, que permite, por lo tanto, visualizar nuevas prácticas” (2008, p. 259). En nuestro país, tanto defensores como críticos del modelo han hablado un mismo lenguaje: el lenguaje de la modernización de nuestra economía como base (y límite) para pensar el futuro. El problema no es –volviendo al comienzo de este texto– que la crítica no identifique bien su objeto, o que desconozca sus procesos, sino que simplemente no ha logrado desarrollar un lenguaje para decir ‘lo que no había sido dicho antes’, un decir que le permita cuestionar las bases y los axiomas del modelo.


Para finalizar, es útil recordar que el propio Rorty ha sostenido que toda la filosofía reciente puede considerarse como un esfuerzo por demostrar que todo es un constructo social, pero no mucho más que eso. No más, porque no nos permite decidir qué constructos mantener y cuáles reemplazar, ya que ello no es tarea de la filosofía, sino de la política. Lamentablemente, en nuestro contexto nacional, estamos muy distantes de poder comenzar siquiera una discusión sobre qué mantener y qué reemplazar, ya que aún nuestro modelo neoliberal parece ser, para muchos, presocial. Podemos considerar que el trabajo de Mayol y Ahumada constituye una contribución fundamental para, de una vez por todas, comenzar a desnaturalizar el modelo chileno, evidenciar cuáles son sus discursos ideológicos legitimadores y aportar las bases para elaborar un lenguaje propio de ‘la crítica’, uno que pueda incorporarse a la disputa sobre qué mantener y qué reemplazar.


Referencias bibliográficas


Rorty, R. (2008). Feminismo, ideología y deconstrucción: una perspectiva pragmatista. En Žižek, S. (comp.), Ideología: un mapa de la cuestión (pp. 253-261). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.


Stavrakakis, Y. (2010). La izquierda lacaniana: Psicoanálisis, teoría, política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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Cómo citar
Sánchez Muñoz, G. (2015). Economía política del fracaso. La falsa modernización del modelo neoliberal. Persona Y Sociedad, 29(2), 129,133. https://doi.org/10.53689/pys.v29i2.92
Sección
Reseñas
Biografía del autor/a

Gustavo Andrés Sánchez Muñoz

Sociólogo; investigador vinculado, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile.

Correo electrónico: gustavo.sanchezmunoz@gmail.com