Indagación cristiana en los márgenes. Un clamor latinoamericano Diego Irarrázaval, con prólogo de Antonio Bentué (2013). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
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Resumen
El presente trabajo pretende dar cuenta de la contribución al conocimiento creyente que proviene de “gente pequeña abierta al misterio” (p. 17). No se trata de una obra sistemática, sino de una colección de 26 ensayos breves que reflexionan acerca del modo de ser cristiano en Latinoamérica. La premisa fundamental del texto la expresa el autor en la introducción: “el acontecer ordinario y el contacto entre personas y culturas diferentes permiten descubrir voces y silencios de Dios. Esto conlleva a tomar distancia de idolatrías contemporáneas” (p. 18). La obra se divide en cinco partes: (I) “Desinstalación y desafíos”, (II) “Controversias y sabiduría marginal”, (III) “Perspectiva creyente-masculina”, (IV) “Símbolos cristianos y marianos” y (V) “Polifonía teológica”.
En la primera parte (“Desinstalación y desafíos”), el autor analiza el cambio de época que, a su juicio, se está produciendo hoy. Los signos de esta gran crisis son la sustitución de lo sagrado por emociones flexibles y descartables, la expoliación del medio ambiente, el armamentismo sofisticado, los descalabros modernos que conllevan frialdad emocional y hedonismo (p. 24). Detrás de estos signos está la caída en todo el mundo de la hegemonía de lo pragmático y lo tecnológico (p. 26). Un primer punto que el autor desarrolla en este contexto es el de la felicidad. La sociedad de hoy, señala, pone énfasis en el bienestar sensible, de manera tal que la experiencia humana se valora en función del placer; el cristianismo, en cambio, acentúa la solidaridad con el postergado y la conversión al Dios del pobre (p. 35). Frente a la ilusoria felicidad sistémica, el creyente encuentra la felicidad en lo ordinario de cada día.
La espiritualidad en lo cotidiano –señala el autor– tiene el sentido de una conjugación, de un “estar entre”. Vale decir, no es un ir hacia dentro de uno mismo. Más bien es el encuentro con una realidad diferente de uno, donde se manifiesta la Presencia Divina. En otras palabras, la identidad en la alteridad. (p. 43)
Este reconocimiento de la alteridad se ha visto afectado por el neocolonialismo, el cual, a pesar de respetar la independencia política de los países, impone pautas tecnológicas, militares y culturales (p. 54). Es necesario, en cambio, reconocer la otredad, es decir, lo diferente, para así “construir un cristianismo sin discriminaciones, de una fe concreta y universal” (p. 57). Este reconocimiento de la alteridad debe acontecer también en el ámbito teológico. Desde los tiempos de la colonia el eje de la salvación se ha atribuido al sacrificio de la cruz. Hoy, en cambio, se redescubre una manera gozosa de vivir la fe: “en contraposición al dolor cotidiano, celebrar la vida ha llegado a ser el eje de la vivencia católica. Dios, Cristo, María, los santos, han sido reinterpretados festivamente. La resignación ante la pobreza ha sido reemplazada por la espiritualidad de la alegría” (p. 104).
En la segunda parte del texto (“Controversias y sabiduría marginal”), el autor ahonda en el diálogo del cristianismo con el imaginario autóctono y mestizo. En este coloquio, que sigue el modelo de Jesús en sus encuentros con la samaritana, la sirio fenicia y el centurión romano, es posible “escuchar la revelación de Dios en la creación y en los itinerarios humanos” (p. 131). En este contexto, el autor, citando el documento de Aparecida (2007), llama a valorar las manifestaciones de religiosidad popular, las cuales son portadoras de riqueza evangélica (p. 156). En la tercera parte del texto (“Perspectiva creyente-masculina”), el autor denuncia las concepciones dualistas que han impedido vivir la Buena Nueva de la encarnación y de la resurrección de la carne (p. 210), así como los esquemas de comunicación y publicidad que inducen a ver los cuerpos como objetos de consumo y a adoptar parámetros culturales propios de Norteamérica (p. 211). Al ideal del superhombre, que obliga al hombre a asumir “la máscara de la omnipotencia” (p. 225), el autor contrapone la solidaridad evangélica, la cual integra lo femenino (p. 239). Citando a Pagola, el autor dice que “el movimiento de Jesús, que prepara y anticipa el reino de Dios […] ha de ser una comunidad donde hay mujeres y hombres que, al estilo de Jesús, saben abrazar, bendecir y cuidar a los más débiles y pequeños” (p. 241).
En la cuarta parte del libro (“Símbolos cristianos y marianos”), Irarrázaval llama a revalorizar la simbología para así entender la Buena Noticia. La imagen convoca y construye comunidad eclesial. La imagen de Cristo acentúa su humanidad, fortalece el vínculo entre Dios y quienes tienen fe; al aparecer junto a María, se conjugan las dimensiones masculina y femenina de la salvación cristiana. Las celebraciones religiosas, por su parte, “conllevan sabiduría creyente en Cristo” (p. 265), poniendo en sus manos las necesidades humanas. El genuino culto a María, lejos de las desviaciones que lo han asociado a la alienación de la mujer y al machismo latinoamericano, “debe estar en sintonía con el Magnificat: Dios salva al pobre” (p. 331). María es modelo de humanización.
En la quinta parte del texto (“Polifonía teológica”), el autor recalca que las ‘teologías del sur’ han acentuado la relacionalidad. A la luz de la fe, señala, “la comunidad entiende los acontecimientos humanos con sus luces y sus sombras. A fin de cuentas, el discurso creyente trata no ‘sobre’ un dios-objeto, sino un estar ‘con’ el Dios vivo” (p. 355). El amor de Dios es descubierto y encarnado en nuestra propia realidad. Con actitud pluralista, “el discurso teológico va reconociendo en diversas culturas y religiones la presencia de Dios, del Verbo y su espíritu” (p. 359).
Esta última cita muestra con claridad el aporte de esta obra. Se trata de una valiosa reflexión en torno a los signos de los tiempos que se manifiestan hoy en Latinoamérica y que destaca especialmente por su valoración de la fe vivida en medio de las alegrías y dificultades de la vida cotidiana.