El self emprendedor. Sociología de una forma de subjetivación Ulrich Bröckling (2015). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.

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María Alejandra Energici Sprovera

Resumen

La pregunta por el sujeto ha tomado especial relevancia en los últimos años, principalmente porque permite pensar la complejidad en las sociedades contemporáneas, es decir, preguntarse por el sujeto es una manera de abrir preguntas, más que de dar respuestas. Asimismo, esta obra abre interrogantes sobre los modos en que nos relacionamos con nosotros mismos y sobre la forma en que dicha relación es mediada socialmente.


Este libro aborda precisamente los procesos de subjetivación, y en especial una forma particular de subjetivarse, en tanto self emprendedor:


Deber y querer ser emprendedor es también un modo de concebirse y de orientarse a sí mismo y a los otros: es decir, se trata de una forma de subjetivación. El actuar emprendedor designa menos un estado de cosas que un campo de fuerza: es una meta a la que apuntan los individuos, una medida según la cual juzgan su actividad, un ejercicio cotidiano que cultivan y un generador de verdad, ante el cual se reconocen. (p. 13)


El self emprendedor se concentra, en términos muy generales, en cuatro grandes temas. El primer capítulo, “Genealología de la subjetivación”, es una revisión exhaustiva acerca de la noción de sujeto y las formas de investigarlo que integra una multiplicidad autores. Junto a Foucault se agrega una diversidad de focos que muestran la complejidad en la que se insertan los procesos de subjetivación.


Tomando materiales de la economía, la psicología, la antropología y la literatura sobre gestión empresarial, entre otros, el autor expone una régimen de subjetivación que instala una prescripción: sé un emprendedor. Específicamente, en el libro se describe la racionalidad que articula este tipo de self, algunas de las tecnologías clave para realizarlo y finalmente se concluye explorando las posibles o, más bien, imposibles resistencias a este régimen de subjetivación.


El desarrollo del texto está basado en la realidad alemana, por tanto, deja abierta la pregunta sobre su pertinencia para pensar la sociedad chilena. En esta reseña reflexionaré sobre las tecnologías que performativamente se utilizan para producir este tipo de self. De manera muy intuitiva, indago en el uso de estrategias como la creatividad, el empoderamiento, la calidad y los proyectos en el contexto de la cultura chilena.


Podría esperarse que Chile, el conocido experimento neoliberal, fuese sin lugar a dudas una sociedad donde la prescripción de ser un emprendedor se instalara ampliamente. De hecho, se pueden identificar una serie de elementos que así lo confirman: por nombrar un par de ejemplos, tuvimos un presidente que era un emprendedor y en las revistas se anuncian los premios otorgados por innovación a jóvenes que, a corta edad, han logrado emprendimientos no solamente económicamente rentables, sino que muestran una perspectiva sustentable y novedosa para abordar la realidad.


Al leer El self emprendedor, pareciera ser fácil identificar e identificarse con esta forma de ser e instalarse en la realidad; sin embargo, queda la pregunta sobre si la lectura latinoamericana de conceptos como libertad, autonomía y autorresponsabilidad tienen la misma connotación que en su contraparte alemana o anglosajona.


Este cuestionamiento surge a raíz de las diferencias fundamentales existentes entre las sociedades europeas y latinoamericanas, las que circunscriben un contexto muy diferente para la instalación de una forma de ser emprendedor. Por ejemplo, de este lado del mundo no contamos con una tradición liberal propiamente tal; más bien, las sociedades latinoamericanas presentan un comportamiento político que tiende a un poder central, que difiere de manera importante de la situación europea. Históricamente este poder central se ha materializado en distintas figuras, y en la actualidad lo hace en el Estado. Dicho poder cumple un rol protagónico en la regulación de las otras esferas de la vida social, y se arraiga desde la prevalencia de relaciones verticales, de autoritarismo y protección; esto, en contraposición a relaciones más horizontales e igualitarias como sucede en el caso europeo (Mascareño, 2003; Véliz, 1984).


Las diferencias con Europa pueden explicarse gruesamente, de acuerdo al historiador Carlos Véliz (1984), por la ausencia de cuatro hechos fundamentales en América Latina: la inexistencia de la experiencia feudal; la ausencia del fenómeno de la disidencia religiosa; la falta de cualquier acontecimiento comparable con la Revolución Industrial; y la ausencia de la evolución ideológica, social y política asociada a la Revolución Francesa. En este sentido, el centralismo europeo que tomó cuerpo en los Estados de Bienestar, fue producto de las revoluciones Industrial y Francesa; mientras, en América Latina el protagonismo del Estado precede a estas transformaciones, manteniendo así un carácter preindustrial y no igualitario.


Visto así, el modelo neoliberal que se instaló en Chile no fue consecuencia de una tradición liberal con una profunda raigambre antropológica, filosófica y social, sino más bien fue producto de condiciones históricas, políticas, sociales, económicas y culturales bastante particulares.


¿Qué consecuencias tiene todo esto para pensar un self emprendedor? Podríamos afirmar que Chile es un país que depende mucho de la autoridad y su ejercicio (Brunner, 1981), donde la forma de control de los sujetos se acerca en buena medida al disciplinamiento a través de la normalización, con un fuerte componente homogenizador. El estudio de Araujo y Martuccelli (2012) muestra que los individuos se sienten presionados a vivir estilos de vida estandarizados. La autonomía y la autorresponsabilidad, si bien se valoran, muchas veces no son ejes centrales ni en la formación ni en la gestión de sujetos. En otras palabras, la libertad y la autonomía no tienen el mismo estrado moral que posee en la cultura anglosajona.


¿Quiere decir esto que los atributos descritos para el self emprendedor no existen en Chile? En lo más mínimo, pero es importante investigar la forma particular que adquieren en la cultura chilena. A simple vista, surgen algunas connotaciones particulares que adquieren las estrategias y programas para un sujeto emprendedor en Chile. Lo que presento a continuación son ejemplos simples, que incluso pueden sonar pueriles, pero abren la reflexión a la forma particular de la que nos hacemos cargo de una prescripción de ser un emprendedor.


La tecnología de la creatividad recuerda la palabra del koa (lenguaje asociado al ámbito de la delincuencia y las cárceles) que popularizó un futbolista: la chispeza del chileno. Este neologismo proviene de una condensación entre choreza y viveza, que aluden a características tales como una acción valerosa o una actitud desafiante. El choro, el vivo, es quien hace frente a la adversidad creativamente; quien, con pocos recursos, con un temple alegre, logra salir adelante sacando lo mejor de la situación. La chispeza puede fácilmente entenderse como una semántica histórica de la creatividad chilena. Como un hacer creativo para superar las dificultades de la propia existencia, como un reinventarse constantemente a la luz de las circunstancias.


En este sentido, el choro o el vivo tiene características de un emprendedor, sobre todo por su aspecto creativo, pero no es sujeto de ciertas tecnologías. El choro no planifica, no tiene un proyecto y menos entiende su vida como un continuo sucesivo de proyectos.


Hay otra diferencia fundamental, más relevante aún: su actuar no está guiado por un ideal moral, no busca convertirse en la mejor versión posible de sí mismo, sino que es un imperativo de la sobrevivencia, entendida en un sentido concreto y material. Bröckling (2015) considera esta posibilidad para las sociedades latinoamericanas. En el prólogo a la edición en castellano, afirma:


En las economías informales de países de África, Latinoamérica y Asia, pero también en las metrópolis del mundo desarrollado, existe un ejército de millones de virtuosos emprendedores cotidianos que deben emplear todas sus fuerzas en actuar en forma emprendedora para sobrevivir, en el estricto sentido de la palabra. Lo que los impulsa no es el sueño del ascenso de lavaplatos a millonario, sino el estómago vacío. (p. 15)


Podría pensarse, y esto requiere de una investigación con el debido rigor, que se trata de un emprendedor a otra escala: que el emprendedor es a la empresa lo que este sujeto es a una microempresa que siempre tiene la quiebra en su horizonte.


Adicionalmente, en el caso chileno también es posible preguntarse por el modo en que se distribuye socialmente el imperativo por el emprender, es decir, ¿están todos llamados a ser emprendedores?, ¿hombres y mujeres por igual?, ¿pobres y ricos? Se puede sospechar que para algunos se aplica el régimen del emprendimiento en todo su espectro, mientras que otros están sujetos a solo algunos programas y tecnologías, y, por tanto, se debe hacer un esfuerzo adicional para instalar en ellos un ideal de vida emprendedora y que, finalmente, existe un grupo que es gestionado desde un régimen diferente.


Se desprende de lo previo que el self emprendedor, en su sentido más pleno, o más bien, en su sentido más similar a la descripción alemana, probablemente se encuentra en las clases altas; es allí donde la creatividad permite pensar la vida como un continuo de proyectos de vida con la calidad en su centro. Para los otros grupos el asunto se complejiza. Es posible preguntarse, por ejemplo: ¿en qué medida como sociedad queremos a un pobre emprendedor?, ¿a alguien que esté empoderado, que sea creativo y arme proyectos? Existe una serie de programas que hacen pensar que en Chile se busca configurar a un pobre con estas características: para acceder a un subsidio para la vivienda tiene que demostrar que es capaz de ahorrar, para acceder a un bono familiar tiene que demostrar que lleva a los niños al colegio y a los controles de salud. Es decir, tiene que demostrar cierto grado de autonomía, de responsabilidad y de capacidad de planificación para recibir la ayuda del Estado. En su anverso, eso significa que el Estado busca evitar al parásito social que vive a expensas de los beneficios públicos.


En este sentido, se reconoce una estrategia de empoderamiento de la población más vulnerable; no obstante, cabe preguntarse lo siguiente: ¿en qué medida una sociedad que aún depende de una alta mano de obra poco especializada y precarizada puede permitirse ser una sociedad de emprendedores? En otras palabras: es posible cuestionar si activamente se gestiona a un sector de la población para que viva en condiciones de precariedad que aseguren a este grupo laboral particular.


Se podría pensar, por tanto, que quien está en la cúspide de la sociedad tiene más posibilidades o se encuentra más cerca de dar con la calidad de un sujeto emprendedor, entendiendo que es un ideal nunca alcanzable. Y, a medida que se baja en la escala social, las posibilidades de subjetivarse de este modo se van desdibujando al punto que para un grupo el emprendimiento es simplemente un idioma ajeno. Ello, sobre todo porque las condiciones materiales de su existencia no permiten concebir su vida como un emprendimiento, como un proyecto, que se planifica, sino más bien es una vida capturada por la necesidad y la urgencia.


Estudiar estas diferencias es un asunto de suma relevancia, pues permite identificar el modo en que el ideal del emprendimiento se constituye como una forma para reproducir diferencias sociales tradicionales. Así, el pobre es responsabilizado de su condición: no es suficientemente creativo, no está empoderado, no es autónomo o responsable de sí mismo y no es capaz de articular un proyecto de vida que mejore su condición. En koa, es pobre porque le falta chispeza. Se omite que carece de las condiciones materiales mínimas para poder concebir su existencia como una sucesión de proyectos.


Entonces, el estudio del self emprendedor no solo muestra una forma de subjetivación que obliga a una relación particular del sí mismo y a una forma de gubernamentalidad que conduce a individuos libres y autónomos, sino que también permitiría identificar mecanismos o estrategias de reproducción de desigualdades.


En fin, la pregunta por el self emprendedor en la cultura chilena es altamente atingente y es necesario investigarla con el rigor científico que muestra esta obra. La pregunta por el sujeto, abordada desde esta figura, da cuenta de que se trata, y con esto vuelvo al inicio de la reflexión, de un campo que abre más preguntas que respuestas para pensar la sociedad contemporánea.


Referencias bibliográficas


Araujo, K., Martuccelli, D. (2012). Desafíos comunes. Retrato de la sociedad chilena y sus individuos. Santiago: Lom.


Brunner, J. J. (1981). La cultura autoritaria en Chile. Santiago: FLACSO.


Mascareño, A. (2003). Teoría de sistemas de América Latina. Conceptos fundamentales para la descripción de una diferenciación funcional concéntrica. Persona y Sociedad XVII (2), 1-20.


Véliz, C. (1984). La tradición centralista de América Latina. Barcelona: Ariel.

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Cómo citar
Energici Sprovera, M. (2015). El self emprendedor. Sociología de una forma de subjetivación. Persona Y Sociedad, 29(3), 131,136. https://doi.org/10.53689/pys.v29i3.99
Sección
Reseñas
Biografía del autor/a

María Alejandra Energici Sprovera

Doctora en Sociología, Universidad Alberto Hurtado (UAH). Académica, Facultad de Psicología UAH.

Correo electrónico: menergic@uahurtado.cl.