Mujeres inmigrantes en Chile. ¿Mano de obra o trabajadoras con derechos? Carolina Estefoni (ed). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
##plugins.themes.bootstrap3.article.main##
Resumen
Esta obra se puede comentar desde tres perspectivas: en relación a su materialidad, a su editora y a sus contenidos. Veamos primero su materialidad. Este libro es un objeto bien hecho. Y sabrán que para los fetichistas de los libros esto nos resulta muy importante. Si la comida entra primero por los ojos, las lecturas entran primero por los dedos. La editorial de la Universidad Alberto Hurtado, desarrollada y conducida por la Facultad de Filosofía y Humanidades, nos entrega otra vez más un trabajo cuidadoso, estéticamente amable, generoso en su calidad material y meticuloso en su edición.
En relación a la editora, Carolina Stefoni, con la colaboración de las autoras y autores, le da con este libro una vuelta más a la tuerca de los estudios sobre las migraciones. La selección de textos contribuye no sólo a mostrar el estado del arte en este campo, sino que también deja al descubierto las posibilidades, límites y desafíos de su estudio. Este libro tiene algo de resumen, pero también tiene mucho de punto de partida para nuevos estudios. Esto es un logro, hecho posible porque Carolina conoce mejor que nadie de mujeres inmigrantes en Chile. Es un síntoma de esto el que todos los artículos del libro citan profusamente sus trabajos.
Ahora me concentraré en hacer algunos comentarios acerca de los contenidos que elaboran los artículos. Tengo que advertir que no soy ni remotamente un conocedor del tema de las migraciones. Pero creo que eso no será problema. Mi área de interés es la sociología de la cultura. Y los trabajos de este libro tienen entre algunos de sus rasgos comunes el incorporar decididamente la perspectiva cultural en sus análisis. Aquí las migraciones no son tratadas como movimientos de cuerpos entre fronteras cuantificados estadísticamente. La migración, nos dicen los textos, es simultáneamente experiencia subjetiva y estructura social. Y ahí despliegan su dinámica, las identidades, los prejuicios, los temores recíprocos, las dificultades y posibilidades de la comunicación, las memorias y las expectativas, los lenguajes y símbolos. La migración es tratada en el libro como proceso cultural. Es desde esta perspectiva que haré mis comentarios.
Entre los autores del libro hay más de una mirada acerca de cómo se constituyen los significados y relaciones sociales que enmarcan las migraciones. Uno de los temas básicos que se pueden encontrar en el libro se refiere al estatuto analítico y empírico de la diferencia, de la otredad del migrante. Quiero concentrarme en mis comentarios en el debate en torno a la diferencia y la otredad. Todos los artículos parten del hecho de que la diferencia cultural es un constructo relacional. Pero, más allá de este punto de partida común, los textos del libro se ordenan en una suerte de escala entre dos puntos muy distintos. Por una parte, hay quienes tienden a dar por supuesto y por evidente que hay elementos originarios en los y las inmigrantes, o autóctonos como señala una autora, que puestos en relación con lo propio chileno revela una diferencia. En estos textos, el objeto de análisis no es tanto la construcción de la diferencia misma, sino las formas de su puesta en relación con otras identidades u otras otredades culturales. Así se analiza la relación de negación, la humillación, la moralización negativa, el prejuicio, el abuso, la denegación de derechos. Consecuentemente, en esta mirada se demanda una política del reconocimiento.
Hay una segunda alternativa en la cual la mirada no está puesta sobre las supuestas diferencias preexistentes, sino sobre la contingencia misma del proceso de la migración y en el surgimiento de las diferencias en y para ese contexto. Como dice con mucha claridad Eduardo Thayer en su artículo: “La experiencia migratoria constituye por sí misma una base material para la configuración de nuevas identidades colectivas” (76). Es decir,, las significaciones, las identidades y las relaciones que ellas hacen posible no existen a priori, sino que son emergentes en el contexto de la migración misma. Claro que obviamente no surgen de la nada, hay experiencias y significados culturales anteriores a la experiencia de la migración en ambos lados de la relación. Pero ellas ni permanecen iguales, ni explican por sí solas la relación. En una perspectiva de este tipo, lo central no es tanto una política del reconocimiento de la otredad del otro, sino más bien una política de los procesos de encuentro y diálogo.
He partido por señalar esta pluralidad interna del libro, porque ella refleja muy bien las actuales disputas en el ámbito de la sociología de la cultura y de los estudios culturales. En este sentido, el libro es muy actual en sus perspectivas, aunque no toma partido por ninguna de las dos alternativas ni hace de ellas el objeto de su análisis. Esto puede quedar planteado como un desafío o una tarea que queda para los próximos trabajos en esta área: definir una noción de diferencia cultural que se haga cargo de la complejidad empírica y de la multidimensionalidad analítica del proceso de las migraciones.
Tomaré partido para comentar lo que me parecen las preguntas y afirmaciones más sugerentes y desafiantes del libro. Voy a suponer que las migraciones son un acontecimiento cuyo orden es emergente y en el cual las significaciones, diferencias e identidades se constituyen de manera performativa para ambos lados al calor de la propia relación de migración. No creo que ese orden surja de la nada, pues el poder está en juego, las prácticas tienen estructuras inerciales, los lenguajes y los mercados son contextos condicionantes. Pero ellos no bastan para definir el sentido de las relaciones efectivas. Es decir, creo que en las migraciones hay una buena cuota de indeterminación y agencia.
Lo primero que hay que señalar, y en esto sigo algunas sugerencias del texto de María Emilia Tijoux, es que en la relación de migración se pone en juego el miedo, no sólo miedo a otro desconocido, sino el miedo a sí mismo, a la propia inestabilidad de la identidad que surge cuando el otro es visto como un extraño. Yo señalaría que ese miedo y esa operación no sólo es bidireccional –es decir que cada uno siente miedo al otro y desestabiliza con ello su identidad. Además ese miedo es ambivalente, porque tanto sirve a un ejercicio de reafirmación como de cuestionamiento de la propia identidad. Lo constituido como lo diferente es al mismo tiempo constituido como lo exótico, y con ello como una suerte de superioridad innegable pero inconfesable. La empleada peruana es a la vez la otra inferior y el símbolo de un arte culinario que pone al desnudo la pobreza del nuestro. No hay que menospreciar el peso de la simbólica culinaria en la formación de las identidades nacionales. Como lo mostró Hegel y luego Devereaux, toda diferenciación es dominación y fascinación, negación y deseo del otro. A ratos eché de menos en el libro un tratamiento del lado simbólicamente ambivalente de las y los migrantes.
Desde la perspectiva del carácter emergente de las relaciones de migración resulta también interesante el hecho señalado por Sonia Lahoz en cuanto a que el proceso de creación de diferencias comienza ya en las propias comunidades desde las cuales salen las y los migrantes. Ellos son ya percibidos y estereotipados como diferentes para los suyos, asignándoseles roles también ambivalentes, por una parte como enviadores de remesas y por la otra como los que escapan al control comunitario; por una parte como los que se sacrifican por su comunidad y por la otra como los que se autoafirman en su proyecto de movilidad individual. De la misma manera, Lahoz muestra que las migrantes peruanas también elaboran diferencias y crean su “chileno imaginado” al cual atribuyen rasgos esenciales.
Este carácter relacional y situacional de los procesos de ‘otrificación’ y ‘nostrificación’, y su función operativa tanto respecto de las propias identidades como de las relaciones con los otros se revela bien en el trabajo de Carolina Stefoni y Rosario Fernández. En efecto, allí se muestra cómo la construcción –simbólica y práctica– de la nana peruana como la otra de una relación jerárquica y servil contribuye a la reconstrucción de una modalidad tradicional de relaciones sociales en crisis. Ese significado de la nana peruana tal vez sólo existe en el contexto del debilitamiento del sistema chileno de distinciones estatutarias. Así, no es que las nanas peruanas sean distintas, sino que son construidas como distintas para salvar un sistema de distinciones. Dicho esto, al parecer resulta difícil analizar el proceso de ‘otrificaciones’ del migrante, sin relacionarlo con el estado del sistema de distinciones interno de la sociedad chilena. Se podría hipotetizar, como lo hizo Adorno en el estudio sobre la personalidad autoritaria, que mientras más inseguro es el sistema interno de distinciones y relaciones, más virulenta es la otrificación del extraño.
Esto me lleva a pensar también sobre la formación en Chile de una comunidad migrante. En ella pueden observarse, como lo muestran los trabajos de Thayer y Lahoz, no sólo un proceso de construcción de una comunidad imaginada, sino también de distinciones y prejuicios dentro de su interior. Ambos procesos, comunidad y diferencias, toman material de las propias situaciones y significaciones vividas en la situación de migración para constituirse en referentes comunitarios. Así, por ejemplo, se exageran ciertas raíces comunes, como tradiciones religiosas, gastronómicas o lingüísticas. Del mismo modo se toman algunos prejuicios locales frente a los migrantes para crear marcas internas de distinción al interior de la propia comunidad migrante, como entre legales e ilegales. Creo que, en general, los estudios del libro han dado mucha más importancia al individuo migrante que a la dimensión colectiva del actor migrante.
He dado este recorrido para resaltar un aspecto que me parece que queda como un desafío abierto: ¿qué significa diferencia cultural en el contexto de las migraciones? ¿Es un principio normativo a priori del investigador el igual derecho a ser diferentes, con el cual debe observarse la realidad? ¿Es una operación social contingente que debe ser estudiada en su emergencia, significado y función en los contextos de relaciones sociales específicas? ¿Es una marca cultural empírica que los grupos poseen para sí, una identidad –lo peruano, lo chileno–, anterior a las diversas relaciones que establecen en el contexto de la migración? Este es un desafío simultáneamente teórico y empírico, cuyas respuestas condicionan la forma en que entendemos los datos. Creo que la aclaración de las ambivalencias y paradojas que suelen plantearse en relación a las diferencias culturales podría significar un paso adelante en las investigaciones sobre la migración.
Pero no todo es cultura, significación, diferencia e interacción en el proceso de las migraciones. Esas diferencias y significaciones ocurren en un contexto estructural. En esto el libro es relativamente exhaustivo, especialmente respecto de la estructuración de las relaciones de género, de los mercados del trabajo, de las regulaciones jurídicas y de algunos servicios públicos. Hay dos contextos estructurales en formación a los cuales el libro dedica atención y que son interesantes de comentar. El primero es la transnacionalidad como contexto de las migraciones. No es que alguien o un grupo se mueva de allá para acá en un espacio discontinuo, dejando atrás el allá e incorporándose exclusivamente en el acá. La implosión de las categorías de tiempo y espacio provocadas por las nuevas tecnologías y por la globalización ha tenido un fuerte efecto en la dinámica estructural y cultural de las migraciones. Hoy un migrante está en varias partes a la vez. Pero no sólo el migrante, también la dinámica migratoria es multidireccional. Comunicaciones, dineros, parientes, obligaciones y objetos van y vuelven, a veces en el día o en la semana, el mes o el año. Una forma nueva de esta transnacionalidad son las cadenas globales del cuidado anudadas por la migración. Alguien me cuida a mis parientes para que yo pueda ir a cuidar a los parientes de otros en otro lugar a cambio del dinero que me dan esos otros con el que yo pago a los que cuidan a los míos. En buen marxismo, me pregunto: ¿qué plusvalías materiales y simbólicas se producen en esas cadenas y quiénes se apropian de ellas?.
Al alterar el contexto significativo de las interacciones migratorias, la transnacionalidad afecta también los procesos de formación de identidades y diferencias. Creo que estudiar este fenómeno es también un desafío pendiente.
Se podrían seguir discutiendo perspectivas, hechos e interpretaciones. Esa es la virtud de este libro, que a pesar de abordar un tema que ya posee alguna tradición entre nosotros, es capaz de actualizar el debate, exponer sus límites y sus desafíos. Eso es mérito de cada una de las autoras y autores por el rigor de sus trabajos, y mérito también de Carolina Stefoni, que supo ponerlos a dialogar juntos.